Por Pierre Bourdieu
Ante todo quisiera decir que hay que
tener presente que no hay un racismo sino racismos;
hay tantos racismos como grupos que necesitan justificar que existen
tal y como existen, lo cual constituye la función invariable del
racismo.
Me parece importante aplicar el
análisis a las formas de racismo que son probablemente las más
sutiles, las más difíciles de reconocer, y por ende las que más
rara vez se denuncian, quizá porque los denunciantes ordinarios del
racismo poseen ciertas propiedades que los inclinan hacia esta forma
de racismo. Me refiero al racismo de la inteligencia. El de la
inteligencia es un racismo de la clase dominante que se distingue por
una cantidad de propiedades de lo que se suele designar como racismo,
es decir, del racismo pequeñoburgués que es el blanco principal de
la mayoría de las críticas clásicas, empezando por las más
fuertes, como la de Sartre.
El racismo es propio de una clase
dominante cuya reproducción depende, en parte, de la transmisión
del capital cultural, un capital heredado cuya propiedad es la de ser
un capital incorporado,
pero aparentemente natural, nato. El racismo de la inteligencia es
aquello por lo cual los dominantes tratan de producir una "teodicea
de su propio privilegio", como dice Weber, esto es, una
justificación del orden social que ellos dominan. Es lo que hace que
los dominantes se sientan justificados de existir como dominantes,
que sientan que son de una
esencia superior. Todo
racismo es un esencialismo y el racismo de la inteligencia es la
forma de sociodicea característica de una clase dominante cuyo poder
reposa en parte sobre la posesión de títulos que, como los títulos
académicos, son supuestas garantías de inteligencia y que, en
muchas sociedades, han sustituido en el acceso a las posiciones de
poder económico a los títulos antiguos, como los de propiedad o de
nobleza.
Algunas de las propiedades de este
racismo se deben también a que las censuras en relación con las
formas de expresión del racismo se han reforzado, por lo cual la
pulsión racista sólo puede expresarse en formas muy eufemizadas.
La forma de eufemización más común
hoy en día es, claro, el aparente carácter científico del
discurso. Si se invoca el discurso científico para justificar el
racismo de la inteligencia, esto no se debe sólo a que la ciencia
representa la forma dominante del discurso legítimo, también y
sobre todo se debe a que un poder que cree estar fundado en la
ciencia, un poder de tipo tecnocrático, recurre naturalmente a la
ciencia para fundar su poder; se debe a que la inteligencia es la que
legitima para gobernar cuando el gobierno se dice fundado en la
ciencia y en la competencia "científica" de los
gobernantes (piensen en el papel de la ciencia en la selección
escolar, donde la matemática se ha convertido en la medida de toda
inteligencia). La ciencia es cómplice de todo lo que le piden que
justifique.
Una vez dicho esto, creo que simple y
sencillamente hay que rechazar el problema de los fundamentos
biológicos o sociales de la "inteligencia", en el que se
han dejado encerrar los psicólogos. Más que tratar de responder a
la pregunta de manera científica, hay que tratar de hacer la ciencia
de la pregunta misma; hay que tratar de analizar las condiciones de
aparición de este tipo de interrogación y del racismo de clase que
introduce. Es la forma extrema de los discursos que utilizan ciertas
asociaciones de exalumnos de grandes escuelas, que son palabras de
jefes que se sienten fundados en la "inteligencia" y que
dominan una sociedad fundada en la discriminación basada en la
"inteligencia", es decir, fundada en lo que mide el sistema
escolar con el nombre de inteligencia. La inteligencia es lo que
miden los tests, lo que mide el sistema escolar. Esta es la primera y
última palabra de un debate que no se puede resolver mientras
permanezcamos en el terreno de la psicología, porque la propia
psicología (al menos los tests de inteligencia) es producto de
determinantes sociales que son el principio del racismo de la
inteligencia, un racismo propio de las "élites" que tienen
intereses en la elección escolar, de una clase dominante que extrae
su legitimidad de la clasificación escolar.
La clasificación escolar es una
clasificación social eufemizada, por ende naturalizada, convertida
en absoluto, una clasificación social que ya ha sufrido una censura,
es decir, una alquimia, una transmutación que tiende a transformar
las diferencias de clase en diferencias de "inteligencia",
de "don", es decir, en diferencias de naturaleza. Jamás
las religiones lo hicieron tan bien. La clasificación escolar es una
discriminación social legitimada que ha sido sancionada por la
ciencia. Aquí es donde nos encontramos con la psicología y el apoyo
que ha aportado desde sus orígenes al sistema escolar. La aparición
de los tests de inteligencia, como el de Binet-Simon, está
relacionada con el momento en que, con la escolaridad obligatoria,
llegaron al sistema escolar alumnos que no tenían nada que hacer
allí porque no tenían "disposiciones", no eran "bien
dotados", es decir, su medio familiar no los había dotado con
las disposiciones que supone el funcionamiento común del sistema
escolar: un capital cultural y cierta buena voluntad hacia las
sanciones escolares. Los tests que miden las disposiciones sociales
que requiere la escuela -de allí su valor predictivo del éxito
académico- están hechos justamente para legitimar de antemano los
veredictos escolares que los legitiman.
Debemos preguntarnos cuál es la
contribución de los intelectuales al racismo de la inteligencia.
Sería bueno estudiar el papel de los médicos en la naturalización
de las diferencias sociales, de los estigmas sociales, el papel de
los psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas en la producción de
los eufemismos que permiten designar a los hijos de los
subproletarios o de los emigrados de tal forma que los casos sociales
se conviertan en casos psicológicos, las deficiencias sociales en
deficiencias mentales, etc. En otras palabras, habría que analizar
todas las formas de legitimación del segundo orden que vienen a
reforzar la legitimación escolar como discriminación legítima sin
olvidar los discursos de aspecto científico, el discurso
psicológico, y las propias palabras que pronunciamos.
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